Le ha abrazado con fuerza al ver que venía helada de frío para darle calor y, retirando un mechón de su cara, le ha besado en las mejillas, en los ojos, en la frente, en los labios.
Su mirada le transmite cariño.
Y luego le ha sentado en una silla de la cocina.
Le ha mirado fijamente a los ojos y ha empezado a decirle que…hay una persona que le está haciendo perder la cordura.
Una persona que, cuando la ve, le hace dar un vuelco el corazón como cuando tenía quince años.
Le habla de un amor muy profundo y serio lleno de risas y momentos felices.
Le cuenta de un deseo que roza el pecado.
Y que es alguien con quiere pasar el resto de su vida porque sabe que ella también le ama, pero que…que esa persona no es ella.
No puede seguir sosteniendo su mirada (en la que, contradictoriamente, aún sigue viendo cariño). Su cuerpo no responde. Ya no está helada de frío precisamente.
Quiere decirle tantas cosas y, sin embargo, no consigue que salga la voz de su garganta.
La embarga un dolor insoportable.
Ojalá la tierra le tragara hasta lo más hondo.
Él sigue ahí, esperando que ella diga algo o que haga algo. Pero no puede moverse…
Abre los ojos de pronto. Él está a su lado en la cama. La tiene abrazada. Le da un beso, le dice “buenos días” y le pregunta: ¿por qué lloras, qué soñaste?
Y es en ese momento cuando ella se da cuenta de que mientras él la protegía entre sus brazos, ella estaba sumergida en una tonta y absurda, más que absurda… PESADILLA.
8 de marzo de 2010
NOA